La espera terminó. El primer episodio de The Last of Us temporada 2 llegó con todo: nuevos personajes, tensiones emocionales y una amenaza latente que promete poner todo patas arriba. Si pensabas que después del final de la primera temporada habría un respiro… estabas muy equivocado.
Cinco años después de la masacre en el hospital de las Luciérnagas, Joel y Ellie han construido una vida en Jackson, Wyoming. Pero la calma es solo superficial: él carga con la culpa de haber salvado a Ellie a costa del futuro de la humanidad, y ella vive con la sospecha de que su figura paterna no le dijo toda la verdad.
La serie no pierde el tiempo en mostrar que las consecuencias del pasado apenas están comenzando. Desde el primer minuto, conocemos a Abby, interpretada por Kaitlyn Dever, una joven decidida a vengarse por la muerte de su padre a manos de Joel. Junto a otros exintegrantes de las Luciérnagas, pone rumbo a Seattle con una misión clara: encontrar a Joel… y hacerlo sufrir.
Pero no todo gira en torno a la venganza. En Jackson, Ellie (Bella Ramsey) intenta encajar en una rutina que parece ajena a su naturaleza salvaje y resiliente. Su amistad con Dina (Isabela Merced) florece en medio del caos, aunque su carácter impulsivo la lleva a desafiar las reglas, saliendo a matar infectados sin que nadie se entere de su inmunidad.
Mientras tanto, Joel (Pedro Pascal) asiste a sesiones con Gail (Catherine O’Hara), una nueva psicoterapeuta que carga su propio pasado oscuro. ¿Su conexión con Eugene, un personaje del que poco se sabe pero que Joel aparentemente asesinó? Es uno de los grandes misterios sembrados en este capítulo.
Y cuando pensábamos que la amenaza del Cordyceps estaba controlada, el final del episodio nos deja un inquietante guiño: tentáculos de un infectado emergen desde una maceta en plena zona residencial. ¿Está comenzando una nueva forma de infección más silenciosa? ¿El refugio de Jackson está a punto de colapsar?